miércoles, 28 de marzo de 2007

TINIEBLAS I


Y ME ATREVÍ CON UN RELATO...Y ASI COMIENZA

Sentada junto a los grandes ventanales, por donde el sol entra derrochando su luz de forma insolente. Sus manos temblorosas, sostienen con cierta dificultad una taza de café caliente, bien cargado, solo manchado por unas gotas de leche; se lo acerca con movimientos lentos e inseguros, como si el camino por recorrer fuese infinito.
Un sorbo, y una sonrisa aparece en su rostro. La mirada perdida en algún recoveco de su mente, en algún momento agradable y una frase... solo una “no deberías tomar el café con leche, eso es un crimen”. Pero solo eso, sensaciones aisladas, sin conexión alguna entre ellas, excepto por esa voz. Esa voz dulce, masculina, tierna, sonora, volátil, etérea, que se pierde. Y luego la nada, el vacío, la oscuridad.
Y vuelve a sus recuerdos más cercanos, los únicos que si van quedando grabados en su corta memoria.
Pocas eran sus pertenencias. Ninguna le decían nada, pero eran suyas y sabía que eran parte de su pasado, ese pasado que quedó inmerso en el olvido. Estas pequeñas cosas eran el único cordón umbilical con su realidad.
Un ligero repaso a la estantería. La foto enmarcada en madera, sin duda quien eligió el marco tenía buen gusto. Era la panorámica de una ciudad, una ciudad luminosa, con un mar azul de fondo; un mar limpio, de aguas cristalinas. Más que un mar parecía una balsa.
Unos cuantos libros que ya había leído infinitas veces, queriendo encontrar en ellos, sin éxito alguno, una señal, un dato, un rayo de luz, de esperanza.
Su preciosa caja de madera, ocupaba un lugar importante. Gracias a lo que contenía pudo averiguar su nombre. Eran cartas, cartas de amor, de infinita ternura, dirigidas a Marina. Y firmadas por Luís, pero nada más. Ese era su único pasado.
Volvió a acercar lentamente sus labios hasta la taza, y la misma frase volvió a su memoria “no deberías tomar el café con leche, eso es un crimen”. Esa voz le llegaba como un susurro que acariciaba todo su ser, le hacía estremecerse.
Continuó tomando pequeños sorbos hasta que acabó su contenido y allí se quedó tras los cristales, con la mirada perdida buscando algo que diera luz a su vida.
La hora del paseo, hacía una mañana radiante, el calor del sol en su espalda era algo que siempre le reconfortaba. Sus pasos lentos arrastrando los pies, barriendo cada hoja que se encuentra a su paso, las manos en los bolsillos, mirando al suelo; el ruido de las hojas secas al romperse le resultaba relajante, distraído y sin embargo sentía que era algo absurdo, que se estaba alejando cada vez más de la realidad, que con tanto rebuscar en su memoria solo estaba consiguiendo aislarse, aislarse del mundo en el que ahora estaba.
¿Importaba realmente cual había sido su pasado o lo importante era que estaba viva?
¡Si! Eso ya era razón más que suficiente para relacionarse con el mundo que le rodeaba.
Con paso decidido, entró en el recibidor de la clínica; porque ella sabía que estaba en una especie de pequeño hospital. Pero esta vez no agachó su cabeza para dirigirse a las escaleras que la conducían a su pequeño espacio.No sin vacilar, se dirigió a la sala donde se reunían los demás habitantes de este lugar.Ya justo delante de la puerta empezó a sentir pequeños escalofríos, sabía que era algo que tenía que vencer; así que dio un pequeño empujón y las puertas se abrieron de par en par, el corazón casi paralizado por el miedo, solo fue una falsa alarma.
Nadie se giró para mirarla. Esperaba sentirse observada, intimidada, pero absolutamente nadie notó su presencia. Era como si cada uno, anduviese abstraído en su propio mundo.
El lugar era agradable: las ventanas dejaban al descubierto el jardín bien cuidado, rodeado de jacarandas y jazmines en plena floración. Las mesas distribuidas de forma irregular, algunas estanterías cubrían la mitad inferior de las paredes. Gran cantidad de dibujos, decoraban la parte superior.
Al fondo cuatro mujeres, que debían estar entre los 60 y 70, jugaban a las cartas. Un chico, joven, alto y extremadamente delgado, dibujaba sobre una mesa colocada estratégicamente cerca de uno de los ventanales.
El primer personaje que le llamó la atención y le provocó infinita ternura fue un abuelo, bastante mayor. Abundante pelo de un blanco casi nacarado, una mano apoyada en la sien. Una mano grande y huesuda. Jugaba totalmente ensimismado al ajedrez... Con... ¡un adversario invisible! Debía estar ganándole por su cara de preocupación.
Se acercó lentamente y pensó que él sería la primera persona con la que establecería contacto. Ahora tocaba iniciar una conversación, pero en realidad no sabia como. Llevaba demasiado tiempo sin comunicarse con nadie, excepto el doctor Serrano, que intentaba volver a ubicarla en este mundo, sin demasiado éxito hasta ahora y la señora Pilar que se encargaba de la limpieza y de su alimentación. Un ligero carraspeo para aclarar su voz, quizás ni siquiera le saliera sonido alguno....
-Hola ¿Qué tal la partida?
-Si quiere puede quedarse y disfrutarla, está resultando muy interesante.
Era exactamente como se lo había imaginado cuando lo divisó al entrar. Una sonrisa amplia, y ojos cansados, pero solo por el paso de los años, porque en realidad todo él irradiaba ternura.
Ese comentario y la expresión del abuelo, le devolvieron algo de confianza.
Decidió sentarse justo en la silla que él ya le había dispuesto a su lado.
Aún vacilando le dio unas tímidas gracias.
Justo en ese momento se acercó a su oído y con una expresión casi de niño travieso le dijo en tono muy bajo.
-No le presento a mi adversario porque en realidad, no existe tal personaje, únicamente que todos estos son tan malos jugando al ajedrez que prefiero hacerlo yo solo.
-Ja, ja, ja. Las carcajadas de Marina retumbaron de manera estrepitosa por toda la estancia.
Y ahora si que todos notaron su presencia , se sintió observada, pero no fue una sensación desagradable, mas bien sintió que estaba viva y que ya contaba con alguien que le brindaba no solo su compañía sino que además, la había hecho su única confidente.
Su atención se centró en el tablero, y aunque lo que realmente hubiese querido era continuar charlando, no quiso volver a interrumpir a su nuevo amigo. El abuelo continuaba totalmente ensimismado en su juego. En un momento levantó su mirada y con una sonrisa amplia, se dirigió a Marina.
-¿Se atrevería a jugar conmigo? Adelante señorita -Y con un gesto la invitó a sentarse frente a él-.
Marina no podía ni imaginar cuanto tiempo llevaba él esperando ese momento.
Ella no se había dado cuenta, no se había percatado. Pero ahora justo sentada delante de las figuras, tenia la total seguridad que este juego no le era desconocido. Esto no solo suponía que su memoria recordaba parte de su pasado, sino que era capaz de recordar jugadas específicas y estrategias.
Fue una partida entretenida y aunque a punto estuvieron de quedar en tablas, fue el abuelo quien finalmente dio el jaque mate.
-Muy bien señorita, ha sido un placer compartir esta partida con usted, le reto a otra, cuando usted lo desee, ya sabe donde me puede encontrar y con un apretón de manos se despidieron.
Esa noche pudo conciliar el sueño mucho mejor. Estaba agotada por tanto acontecimiento y eso la calmó de manera que se atrevió por su propia cuenta a no tomar la medicación.

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