jueves, 5 de junio de 2008

UN MUNDO MARAVILLOSO


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No había pasado mucho tiempo....Pareciera más bien que se detuvo.
Los minutos se convirtieron en días y los segundos en horas interminables que la ataban aún más a su pasado.
Era una noche clara, una noche de luna llena la que le hacía compañía en estos momentos de soledad, de quietud y de calma.
Atisbaba un entusiasmo poco usual en su corazón. Y a pesar de los miedos, y las sombras que acechaban en cualquiera de sus pensamientos más íntimos, sentía que su corazón empezaba a latir a destiempo y seguía brindándole ese entusiasmo que solo podía recordar en una época muy remota.
Incluso en sus sueños aparecían vestigios de esa niñez tan lejana.
Hoy quería recordarla, esos años de su infancia, una vida tranquila, sin prisas, en el pequeño pueblo que la vio nacer, con sus calles estrechas y empinadas. La gente de siempre, las mismas caras. Personajes como mamá “Ocha”, una mujer tan excepcional...pero a ella le dedicaría un capitulo especial en otra ocasión.
Esos ratos de juegos interminables en el patio de casa. Las escapadas al río con su hermana mayor y su primo. Donde jugaban a saltar de piedra en piedra de una orilla a otra y que siempre acababa con el agua hasta las rodillas y con la correspondiente regañina por parte de su madre.
Siempre fue una niña solitaria. Su juego preferido era encerrarse en la parte de atrás de casa (un antiguo corral) y allí se pasaba horas y horas con sus muñecas jugando a las casitas.
Su hermana Mari luz a veces jugaba con ella pero no a ese tipo de juegos Mari Luz era más traviesa e inquieta y disfrutaba jugando al elástico, a la pelota. También le encantaban las muñecas recortables, que guardaba celosamente en cajas de zapatos.
Recordaba sus primeros contactos con los libros. En casa no había nada más que una Biblia y algunos libros muy viejos del bisabuelo, guardados en un baúl aún más viejo. Le gustaba ir a escondidas a esa habitación que en el fondo le inspiraba cierto miedo. A lo más que llegaba era a abrir el baúl y a observarlos con los ojos muy abiertos, y después salía de allí disparada, como si de un delito se tratase, como si hubiese cometido una osadía con perturbar las cosas de los muertos. Mari Luz también huía de ese lugar pero más por miedo a encontrarse alguna culebra enroscada entre ellos.
Una mañana de invierno, el alguacil Goyo (apodado así por el personaje de “Crónicas de un pueblo”) daba la noticia a voces, atrayendo la atención de todos con su trompetilla que sonaba de lo más desagradable, pero lo que siempre significaba algún evento de importancia para todos los vecinos. Ese día con su aspecto diminuto, flacucho y con sus piernas zambas, daba la noticia de que esa misma tarde llegaría por primera vez el bibliobús escolar al pueblo y que todos los niños estaban invitados a visitarlo y a hacerse con algún libro. Era la primera vez que Catalina oía esa palabra bibliobús y a las 4 en punto estaba con su hermana en el lugar acordado esperando la llegada de ese autobús tan especial.
Eran muchos los niños que esperaban en la carretera, la salida del pueblo, justo frente al bar de “Pepe Juanete”.
Todos hacían cola, una fila tan ordenada como la que hacían cada mañana para entrar a la escuela...Catalina y Mari Luz eran de las primeras. Todos miraban casi sin pestañear hacía la curva por donde debía aparecer.
Oyeron la bocina y la algarabía se apoderó de todas esas caritas diminutas que esperaban ansiosos la novedad.
Era un autobús blanco con un gran cartel donde se podía leer “BIBLIOBUS ESCOLAR”
Se abrieron las puertas y apareció un señor mayor que con una sonrisa de oreja a oreja invitó a pasar de 4 en 4 a los niños.
Las dos hermanas entraron en el primer grupo, cuando se encontró allí dentro pudo observar estanterías a cada lado y repletas de libros, libros nuevos que nada tenían que ver con los del baúl del bisabuelo.
Miraba ensimismada, absorta, sin saber por donde empezar. Su hermana eligió “pregúntale a Alicia”, y ella se decidió por uno de Ana María Matute, (nunca podría olvidar ese libro a pesar de haber pasado tanto tiempo) :
“Acababa de cumplir diez años cuando me llevaron con los abuelos, a la casa de las montañas. Primero hicimos un viaje muy largo, que duró cerca de tres días. Tuvimos que coger dos trenes, y al final (después de tomar café con leche en un bar al lado de la estación, de madrugada, con un frío muy grande), llegó el autocar, pintado de azul, que llevaba a las montañas”.
Lo eligió por varios motivos, el primero porque le gustó el dibujo que tenía en la portada y porque era el nombre de una niña. Además rimaba con el suyo...Paulina, Catalina.
De regreso a casa, lo miraba con sumo cuidado, como si de un valioso objeto se tratase.
Esa noche se metió de lleno en la historia de esa niña que había sido enviada con sus abuelos a un pequeño pueblo, parecido al suyo. Desde ese momento descubrió el poder que tenían los libros, como era posible viajar con la mente a cualquier lugar.
A partir de ese viernes, Catalina y Mari Luz no faltaron a su cita con ese autobús blanco, amarillento desgastado y lleno de bellas historias...
Han pasado más de 40 años y aún recuerda con sumo agrado esos momentos que pareciera acababa de rescatarlos de su memoria olvidada.