miércoles, 16 de julio de 2008

LA LLEGADA DEL VERANO

Catalina se sentía llena de entusiasmo con esta estación.
Ciertamente ellas eran las últimas niñas del pueblo en ponerse la manga corta y las chanclas, tita Pura insistía en llevar a rajatabla el dichoso refrán de “hasta el 40 de mayo no te quites el sayo, y si vuelve a llover, te lo vuelves a poner”. Así que mientras todas las niñas andaban “chancleteando”, ellas tenían que esperar pacientemente hasta la fecha del refrán.
Las tardes largas, donde todos los niños de la calle se reunían a la puerta de su casa, pues era la única que tenía un gran rellano donde podían jugar al pilla-pilla, al escondite, a la rueda... Una de sus canciones preferidas...


“eres ma chica que un güevo y ya te quieres casar,
Anda ve y dile a tu madre que te remate criar,
Fuego carbón, maquinita, fuego que se apaga el tren,
Fuego la niña bonita, no se puede detener,
No se puede detener.
Fuego carbón, maquinita, fuego que se apaga el tren”
Los vecinos se quedaban hasta altas horas sentados en la puerta, mientras los críos jugaban y jugaban.
Pero el evento más especial era sin duda la feria, en la primera semana de agosto.
Catalina sentía un nerviosismo tan especial en esos días.
Llegaba el grupo de músicos que animaban la verbena. Como no había ninguna pensión donde alojarlos, cada familia albergaba a uno. A la suya se le adjudicó Antonio, el saxofonista, era el más joven y el más guapo.
Su piel blanca y sus manos suaves, nada tenían que ver con las de su padre o las de cualquier hombre de su pueblo.
Y además olía divinamente...
Por la mañana los disparos de los cohetes anunciaban el comienzo de las fiestas. Los gigantes y cabezudos recorrían las calles estrechas y empinadas, casi todos los niños participaban en ese desfile. Ellas algo menos porque tita pura insistía en que se iban a acalorar demasiado y se resfriarían.
¡Por fin llegaba el momento! mamá preparaba el barreño enorme en medio de la cocina donde les daba un buen baño.
Y entonces llegaba Eufemia.
Era una chica muy guapa. Catalina de mayor quería ser como ella.
Eufemia era de una familia humilde, y se había ido a “servir” a la ciudad, pero nunca faltaba en estos días festivos, siempre traía unas ropas muy modernas con unos escotes muy atrevidos.
Se peinaba con unos recogidos que le realzaban aún más sus hombros y sus ojos, sus labios. Lo que Más le gustaba a Catalina era observarla mientras se pintaba.
Eufemia era la encargada de maquillar a Catalina y a Mari Luz, les pintaba unos rabillos negros y un lunar en la mejilla. Los labios rojos y mientras ella le hacía esos menesteres Catalina no se movía un centímetro, siempre quedaba fantástica, y se sentía mayor y guapa.
Después de eso, les colocaban su precioso vestido de gitana el suyo color verde con lunares negros, el de su hermana igual pero en color butano, sus peinetas, sus flores.....
Pocas eran las atracciones, (allí se les llamaba cacharritos) que llegaban hasta ese pueblo axarqueño perdido entre las montañas.
Unos carricoches, las barquillas. Catalina no era muy aficionada a este cacharro porque le daba cierto miedo como subían, sin embargo Mari Luz no se cansaba de montarse una y otra vez.
Y algo parecido a las norias de hoy día; eran las cunas, empujadas por un par de hombres que los pobres sudaban la gota gorda hasta que el dichoso cacharro cogía impulso y rodaba con cierta facilidad.
El momento estelar para Catalina, era sin duda la verbena.
Oír la música y salir disparada hacia la pista de baile era cuestión de segundos, ella lo inauguraba, no le importaba ser la única y que todos la observaran. Bailar era algo que le fascinaba.

Aún con el paso de los años, es fácil cerrar los ojos y recordar fácilmente esos tres días de fiesta, tres días que se convertían en el evento más importante para unos niños, acostumbrados a una vida sencilla.



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