miércoles, 12 de noviembre de 2008

SE ENCONTRABA SOLA...


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...Era una soledad solo física. Porque realmente sabía que estaba muy acompañada.
Era muy positiva y en cualquier situación, solía encontrar su lado bueno.
Esta era una nueva situación llena de incertidumbre, y a pesar de todo, los detalles que se iban sucedieno, los sentía como señales inequívocas de que todo iba a salir bien.
La habitación en la que la ubicaron, era exactamente como la había imaginado. A pesar de estar en un hospital, era una habitación linda.



Su cama cerca de un ventanal, con vistas al Campus Universitario, a lo lejos la autovía llena de luces que tintineaban sin parar, le daban cierto aire festivo tras los cristales. Y a lo lejos podía divisar el mar, su mar mediterraneo. Solo esa linea en el horizonte era suficiente para llenarla de calma y paz.
Su compañera de habitación era una abuelita tierna, y su acompañante la trataba con tal delicadeza que Olympia envidió ese amor que se profesaban mutuamente, cogidos de la mano.
Ingresó en el lugar cuando anochecía, ese lugar que iba a ser "su hogar" en los dias venideros.
La acompañaron sus dos hermanas, su cuñado y su hija mayor. Sus hijos menores, su madre, y demás familia también las sentia muy cerca.
¡Qué afortunada se sentía!
Era consciente que no todo el mundo tenía esa suerte, esa suerte de contar con seres tan especiales como su amiga Anita que se quedó cuidando de su hijo pequeño, Mª del Carmen y su Marido Carlos, muchos de sus compañeros y compañeras del colegio, alumnos... Y su familia que la arropaba continuamente.
Sus hermanas habían conseguido sacarle risas y ponerla de buen un buen humor, inusual para una mujer que en pocas horas entraría en el quirófano.
Sabía que no podía ponerse "baja", no podía trasmitirles el miedo que sentía. Ese lo tenía bien escondido, lo que la ayudaba a olvidarse un poco de él.
Su hija la observaba con sigilo, estudiando cada uno de sus gestos para ver cualquier señal de miedo o tristeza.
Sin embargo, consiguió su propósito. Absolutamente nadie se percató de ese estado de ánimo que la arrastraba hacia el miedo, que la paralizaba.
Recordó con dulzura la despedida de su hija desde la puerta de la habitación. Una amplia sonrisa iluminaba sus preciosos ojos azules.
Se quedó con la serenidad de que todos ellos se fueron tranquilos.
Ahora, en la soledad de su habitación pudo desahogar su llanto, descargar todo ese miedo, esa incertidumbre...
Y se apoyó en lo único que tenía. Escribir y relatar sus sensaciones seguía siendo su arma más poderosa, para seguir adelante con ánimo y fortaleza.