martes, 11 de enero de 2011

MOMENTOS


En realidad no era el restaurante que Héctor hubiese querido para invitar a  Ana. Le parecía pequeño, simple  pero, ella  estuvo encantada con el rincón que eligieron para su almuerzo. Y al final llegaron a la conclusión de que no habían podido elegir mejor lugar; pequeño, íntimo parecía preparado solo para ellos dos, pues ellos eran los únicos clientes del local.
No se cansaban de mirarse, en sus ojos se podía leer todo, eran como agua limpia, como un cristal a través del cual se divisaban sus almas.
Decidieron tomar arroz, acompañado de vino blanco...
La mesa era tan pequeña que gustosamente sus piernas se rozaban y sus manos tropezaban a cada instante, cada instante buscado por ambos como dos adolescentes.
Él sabía que todo iba a ser hermoso desde que se encontraran, así lo percibió desde el primer momento, desde ese primer encuentro en la estación de tren; pero no llegó a imaginar tanta intensidad, tanta ternura, tanta química.
Volvió a mirarla, esta vez ella estaba abstraída, probablemente pensaba en sus enanos, como cariñosamente llamaba a sus hijos.
Su perfil marcado por su nariz de tamaño perfecto, ese gesto de pasarse el pelo tras  su oreja tan suave, tan delicado......
Interrumpe su paz, el chico que llega con el vino, se acerca con cuidado, como temiendo  romper esos momentos de intimidad que eran tan evidentes para cualquiera ...pero ellos apenas salen de su ensimismamiento,  dan las gracias y sonríen al chico, con delicadeza, amabilidad....Héctor sigue embelesado con ella.
Para hacer la digestión, nada mejor que un paseo tranquilo por el jardín botánico de la ciudad, a la salida una ligera lluvia los obliga a resguardarse, bajo los balcones de los edificios. Un café cerca de su apartamento… empieza la cuenta atrás,  tiene un sabor amargo, amargo de despedida.
Hicieron el amor por última vez , queriendo recordar cada caricia, cada centímetro de sus cuerpos, cada gesto, cada movimiento, cada roce... pasión, amor, placer, alegría y llanto; llanto por esa despedida inevitable que se acercaba de manera angustiosa.
El camino a la estación en silencio, un silencio que asustaba. Y la despedida, terrible como si le arrancaran partes de cada uno de ellos, partes que se quedaban rotas en el andén. Solo las miradas hasta que la vista pudo retener sus imágenes... hasta que se perdieron en la distancia, en la oscuridad.

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