viernes, 10 de octubre de 2008

NO FUÉ CASUALIDAD


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Le preguntó cual era su canción preferida.
Olympia quería saber esos pequeños detalles de César. Sentía la necesidad de escribir sobre él, ese hombre que había tomado forma y se había colado en sus pensamientos de una manera tan tierna, que por nada del mundo quería dejar de sentir ese raudal de buenas sensaciones.
Habían pasado solo un par de semanas y sin embargo pareciera que el tiempo había cobrado un sentido mucho más grande, enorme.
Le costaba mucho poder hablar de todo lo que sentía, porque había pasado tan poco tiempo que apenas tenía referencias y sin embargo, una fuerza extraña le empujaba a seguir escribiendo.
Le pareció un hombre atractivo, de una sencillez exquisita, un hombre discreto pero con un gran corazón, y con una sensibilidad enorme. De eso estaba segura. Lo descubrió desde el principio.
No era un hombre como los demás. Era alguien que merecía la pena, así que abrió todas sus puertas, las de su alma y su corazón para darle paso en su vida. Para que entrase con toda su transparencia.


Imaginó la temperatura de sus manos... perfecta, reconfortante y tibia. Era como sentir la magia del primer roce cuando dos pieles intercambian palabras.
Era ese encuentro de almas, esa sensación inexplicable y arrebatadora de ver crecer el embrión de lo que un día se transformara en algo más.



Había perdido todo el miedo, solo anhelo era lo que abrigaba en su interior.Cartas de anhelo, abarrotadas, desbordadas de nostalgia contenida y un callado deseo de verlo, de oírlo, de tenerlo cerca. Las hojas del cuaderno estaban casi llenas pero no arrancó ninguna.


Ya se había sentido así una vez, cuando tenía 18 años y nunca imaginó que volvería a ocurrirle de nuevo, pero aquí estaba, escuchando esa canción que la transportaba a esos años de juventud, llenos de inquietud y entusiasmo.
Solo conseguía imaginar el momento en que pudiera sumergirse en sus ojos y olvidarse
del resto del mundo, solo entonces tendria esa paz, cuando se sintiese cerca de él, cerca de la perfección. La perfección de las escasas relaciones humanas en las que no solo hay comunión del corazón, sino también del alma.
Aunque tanta proximidad, tanta fuerza en tan poco tiempo era algo que la asustaba, decidió quedarse con él cuando comprendió que era un disparate no dejarlo entrar en su vida.
A veces no sabía si lo que quería era hacer real todo lo que sentía, aunque la verdad de las cosas nunca eran reales.
Quería creer que lo que imaginaba en ese momento era verdad y que podía amar a ese hombre que apareció en su vida sin avisar.
Ojala entendiese lo que le atraía tanto. Era una mezcla de orgullo y admiración, una alquimia perfecta del cuerpo y del espíritu.
De nuevo el corazón le latía con fuerza de solo pensar en él.
Siempre había sido una mujer valiente y esa valentía también se reflejaba en cada una de las decisiones que tomaba en su vida cotidiana. La esperanza era un riesgo que había que correr. Ahora se sentía extraña porque él la tenía dulcemente desconcertada.
A su edad, en la plenitud de su madurez, esta nueva ilusión llenaba su vida, la parte esa de mujer, esa a la que hacía tiempo guardaba celosamente, solo por cuidar su propio corazón.
Y llegó él sin más pretensiones que compartir pequeñas vivencias, pequeñas ilusiones.
César empezaba a ser el protagonista de sus pensamientos más íntimos.
No había sido cosa del azar, estaba convencida que ese encuentro no era casual, esas dos almas estaban predestinadas a encontrarse.
Los sueños son sumamente importantes. Nada se hace sin que antes se imagine.

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