miércoles, 5 de septiembre de 2007

INTERIORES

Apenas había podido conciliar el sueño en toda la noche.
En parte por el calor y en parte por el entusiasmo que le invadía, y que no dejaba de llevarle a su memoria momentos ya vividos y sobre los que podía construir los que le quedaban por llegar.
Se dió un ducha.
Mientras lo hacía su sonrisa se reflejada en el espejo del baño.
Secó despacio sus piernas, dando suaves toques con la toalla recordando esa misma imagen, hace unos meses cuando lo descubrió mirándola embelesado.
-Estás tan seductora. Esta imagen quedará grabada en mi memoria. (Le susurró al oído)
Aún iba bien de tiempo, pero sabía que los 100 km que los separaban le llevaría una hora por lo menos, eso sin contar con ningún imprevisto en el trayecto.
Buscó sus braguitas de encaje negro y el sujetador que según él le decoraba sus hermosos pechos de una forma espectacular.
El vestido de gasa semitransparente, unas sandalias blancas y un ligero toque de su perfume favorito.
Un último vistazo delante del espejo, antes de salir....
Se abandonó en sus pensamientos más íntimos, mientras conducía bajo los efectos del cd que sonaba, lo había grabado para él, con canciones elegidas meticulosamente. Le llevaba, además una botella de vino verde y una corbata (él las odiaba, pero eran uno de sus accesorios casi obligados en sus tantas reuniones de trabajo, así que le sería útil).
El calor de su ciudad no era nada comparado con el que la recibió en su destino; pero era lo de menos, el verdadero calor estaba instalado en toda su piel, recordándole continuamente los días que habían pasado desde la última vez que hicieron el amor...
Bajó del coche y se dirigió hacia el lugar donde se habían citado... Hubiera preferido que él la esperase y entrasen juntos al hotel; pero no era cosa de tomárselo a mal, era un detalle sin importancia. No pensaba echar a perder ese día por pequeñeces.
Absorta en sus pensamientos no se percató de su presencia hasta que no lo tuvo delante. La venía acompañando desde que bajó del coche, a una distancia prudencial. Así era él, deliciosamente imprevisible. Se hubiera arrojado a su cuello y se lo hubiera comido a besos, allí mismo, en plena calle. Pero no, controló sus instintos más primarios y anduvo a su lado comportándose con discreción, era parte de su juego ese juego en el que ellos dos eran los únicos participantes.
Los escasos metros que los separaban del hotel, le parecieron interminables. Desde el instante en que sentía su presencia, ya no existía nada ni nadie.

Mientras caminaban, recordaba parte de su pasado.
En los últimos dos años su vida había dado un giro de 180º, y no solo propiciado por los cambios que le llegaron del exterior sino también por su propia madurez y por todas las experiencias vividas.
Nunca fue tan consciente de su existencia como ahora. Nunca se había sentido tan protagonista de su vida, disfrutando de cada momento.
Ahora sentía esa libertad, ese poder permitirse el lujo de no ser perfecta, de estar llena de defectos, de debilidades, de equivocarse, de hacer incluso cosas indebidas sin sentir la necesidad de responder a las expectativas de los demás. Y sobre todo, aprendió a quererse mucho.
Se alegraba enormemente de ese camino andado, asumiendo todas sus contradicciones.
Siempre había sido una mujer llena de sueños, y aunque no renunciaba a ellos; ya no corría tras ellos. Ahora dejaba correr la vida sin retenerla.
Conoció a Jabel a punto de empezar la primavera, con las primeras flores. Y así se fue abriendo su corazón despacio, como las flores se abren para ofrecer todo su aroma y su esplendor.
Era un hombre diferente a todos los que hasta ahora habían pasado por su corta experiencia emocional.
Lo que más le atrajo de él en un primer momento fue su sensibilidad hacia todo lo que le rodeaba, hacia los animales, el paisaje, la música, la vida en general. A la vez era un hombre tremendamente seguro de si mismo y eso le atraía enormemente, como si de un imán se tratase.
Había pasado medio año y cada vez que se encontraban era más intensa su conexión y en ninguno de esos encuentros habían dejado de hacer el amor de forma apasionada, como si cada uno de esos momentos fuese el último que les quedaba por vivir.
A veces sentía miedo de volver a enamorarse, de volver a entregar su corazón bastante maltrecho. Eran muchos los miedos que aún anidaban en su interior, miedos que en sus momentos de soledad le recordaban, todo ese pasado oscuro, incierto; donde creyó en sus sueños y de los que nunca salió bien parada. Cuando llegaba a este punto en sus pensamientos, se rebelaba y sin pretender arrepentirse de lo pasado, intentaba enterrarlos.
Jabel era un hombre que le hacía sonreir, sobre todo a su corazón.
Sabía que no debía retenerlo, debía dejarlo marchar libremente, no poseerlo porque lo perdería; además tampoco quería tener un prisionero. Con él aprendió a liberarse de la manía de poseer.
Era el símbolo de la desnudez, libre de toda traba y de todo impedimento anterior. Esa desnudez como inocencia, como pureza, como predisposición a aceptar unos nuevos ropajes, una nueva forma o etapa de vida, una nueva esperanza.
Pero en el fondo de su alma desearía agarrarlo fuertemente, no dejarlo marchar nunca, que esa noche fuese eterna...


2 comentarios:

PuriRG dijo...

Me ha encantado, que sensible, que sensual, que bonita historia. Tambien lei Tinieblas, describes tan bien ese momento de tu vida que conocemos los que estamos cerca de ti.
Besos guapa.

kether dijo...

Graciasssssssssss por las cosas que me dices, guapaaaaaaa!!!!
Y claro que reconoces muchos de los momentos de mi vida entre estas líneas.
Pero la forma de sentir las cosas, no todos lo entienden auqnue estén cerca de mi. Hay que ponerse en la piel del otro y tú si que tienes esa cualidad.
Un besote para tí y otro para tu Peter.Os veo tan bien juntos!!!! Te lo merecesssssss.