Debiera haber aprendido, a mis años, que no debo esperar nada.
Hay momentos en que quiero que formes parte de mi vida, aunque te pares en la puerta y dudes entrar.
Te gusta dudar, primero porque no quieres comprometerte y porque eso te da un margen de maniobra para observarme, como un adversario en un juego de poder, detectando los fallos para luego conducir mejor tu estrategia. Y juegas siempre, a veces en mi bando, otras contra mí, para que yo no sepa con lo que puedo contar.
Y me hablas del futuro, del tuyo, del mío; a veces del nuestro, pero nunca sabemos cuando volveremos a vernos.
Cuando nos encontramos, siento que te acercas y luego te alejas un poco más, como estuvieses haciendo el recorrido inverso.
Me miras despaccio, como leyéndome el alma. como sabiendo que siempre estaré ahí, aceptandolo, dispuesta a aceptar lo que tú quieras, siempre servicial, siempre cerca, siempre anhelante.